Ecología de Sistemas Humanos

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ECOLOGIA INFANTIL Y MADURACION HUMANA

Un análisis desde la orgonterapia post–reichiana

Maite Sánchez Pinuaga y Xavier Serrano Hortelano

   

Capítulos

Intro

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Apend

  

      

CAPITULO XII

“GENITALIDAD INFANTIL Y SOCIALIZACIÓN PRIMARIA”

INTRODUCCION

 

Partiendo precisamente de que, "sin haber un pasaje oral satisfactorio y una vivencia edípica funcional, no puede haber genitalidad" (Wilhelm Reich, 1949), se hace, a nuestro entender, del todo necesario detenerse a contemplar el cómo de la relación oral y el modo particular en que el niño–a se ha ido despegando de dicha relación sexual–oral para prevenir y comprender la posterior evolución hacia lo genital.

Habría mucho que decir acerca de qué es y cómo se produce la auténtica satisfacción oral. Tal vez en este orden nuestro de convivencia (no comunitario, de familias más o menos cerradas), donde la función de “lactancia–cuidado materno–protección–entretenimiento–limpieza–paseos y estimulación” no encuentra suficiente apoyo, ayuda, comprensión, colaboración, coordinación mutua, etc., a nivel social, es ya la base fundamental que impide el desarrollo de una relación sexual oral completamente satisfactoria, por ser generador de agotamiento físico y moral en la madre y en la familia que sustenta el desarrollo madurativo del niño; a lo que tenemos que añadir el tan extendido “sentimiento de perderse cosas” estando sumidas (las madres lactantes) en esa relación que se vive tan monopolizante.

Lo cierto es que podríamos hablar de “vivencia sexual–oral suficientemente satisfactoria” en el mejor de los casos, y ya es muy valioso pues, sin duda, permite acceder –sin la vivencia de una fase anal como tal– a la experiencia sexual genital infantil y el desarrollo de las relaciones edípicas que podrán ser resueltas positivamente –facilitando la capacidad de placer genital real y potencia orgástica (fuente de autorregulación en toda la vida posterior)– o patológicamente –facilitando una serie de fijaciones y mecanismos psicopatológicos que obstruirán el desenvolvimiento natural expansivo y placentero de la sexualidad–.

Queremos insistir en este punto, porque somos conscientes de que la teoría de la autorregulación es mirada con anhelo y deseo, a la vez que con cierta angustia por muchas personas, que pretendiendo hacer lo mejor para sus bebés, y/o niños–as, proporcionándoles los mejores medios para su felicidad, se encuentran numerosas dificultades y límites. Son muchas la variables que contemplamos en cada caso concreto, de familias que viven con sus bebés, la opción de la autorregulación infantil tal como la entendemos algunos profesionales post–reichianos entre ellas:

–No sólo la disponibilidad, el deseo, el placer de amamantar (de esa madre o aquella) o la no separación prolongada antes de los seis–siete meses de vida extrauterina o la gratificación sexual con la pareja que garantice el estado de salud bioenergético de la madre y su sentimiento de contacto y bienestar o el contacto epidérmico amoroso y oral según la demanda (o sea la necesidad) del bebé... etc., antes bien, estas variables de salud están condicionadas generalmente por otras de tipo infraestructural ordinario (la realidad), no contar con ellas es situar la teoría de la autorregulación no ya en el terreno de la bella utopía, sino más bien en la del idealismo, ante el cual es fácil que conectemos con la impotencia, inferioridad y angustia que, tan a menudo, hace sucumbir, desarrollar mecanismos reactivos, o, simplemente, amargarse y estresarse innecesariamente.

A lo largo del proceso de maduración biofísico, base para el posterior desarrollo psíquico y sexual–genital, contemplamos:

1º. La realidad de la estructura energética de la madre.

2º. La coyuntura afectiva y social inmediata.

3º. El desarrollo de la experiencia materna y paterna con sus posibles            conflictos

En unos casos, el análisis de la situación produce el desbloqueo del conflicto, en otros, lo hace una información no culpabilizante ofrecida tras facilitar las condiciones de contacto y receptividad suficientes; otras veces lo esencial es cuidar de la madre, seguir nutriendo, con ella, una relación vincular a partir de la cual, ayudarla a introducir los medios que favorezcan la prevalencia del contacto amoroso–energético con su bebé, sin los cuales ella empieza a desvitalizarse, a retrasar frecuentemente a su bebé, apareciendo ojeras y sentimiento de impotencia materna.

Es tan peligroso el perfeccionismo, como lo es la vivencia inconsciente de la culpa, y ambas cosas (propia del narcisismo la primera, del masoquismo la segunda) perturban la auténtica relación madre hijo–a a lo largo de la experiencia de la oralidad, porque provocan la propia inhibición emocional y la falta de aceptación de la realidad. Es importante desbloquear la angustia ligada a la culpa (por no ser capaz) y el sentimiento de debilidad oculto tras el perfeccionismo narcisista o el miedo a la responsabilidad, que reside en el comportamiento infantil o de dramatización, etc.; a la vez que se abraza el sentimiento de logro que se va obteniendo y el placer del propio crecimiento humano, que genera el desarrollo de la maternidad y la paternidad.

 

LA GENITALIDAD INFANTIL EN EL PROCESO DE MADURACION DEL YO

De la oralidad a la genitalidad

 

A lo largo del período que va desde los 12 a los 36 meses, tiene lugar la completa funcionalidad psicomotriz y neuromuscular y con ello, la conciencia de sí, aunque no de su yo definitivo, con toda su funcionalidad psicosomática. El medio de autorregulación energética sigue siendo oral, si bien ya va incorporándose, gradualmente, la curiosidad y progresiva sensibilidad y excitabilidad genital (todavía sin el investimiento autoerótico, que posteriormente adquirirá). Acontece el primer indicio de diferenciación sexual, que progresa hacia un sentimiento creciente de identidad sexual, indispensable para una buena maduración e integración yóica

A nivel neurofisiológico, el neocórtex no ha entrado en funcionamiento hasta los 24 meses aproximadamente y su predominio es mínimo aún. El sistema límbico y R-complex dominarán sus movimientos vitales, así pues, tenderá al placer sistemáticamente, y a la satisfacción de sus impulsos más primarios y vegetativos sin un psiquismo que organice.

En este período tiene lugar, como ya hemos expuesto con anterioridad, la fase oral secundaria, a lo largo de la cual, la relación sexual–oral con el seno materno va transformándose cualitativa y cuantitativamente. La experiencia del placer que tiene aún su foco principal en la boca, va siendo percibida cada vez más en todo el cuerpo y, paulatinamente, observamos que la excitabilidad y el erotismo general irán concretizándose en los genitales. De forma que es corriente observar un inicio de masturbación consciente y placentera, coincidiendo, frecuentemente, con sus momentos de mamada, hasta que el quantum de excitabilidad oral va perdiendo su capacidad de erotización suficiente y la carga energética desplazada circula por todo el organismo, concentrándose a nivel genital; por lo que la sensibilidad, excitabilidad y percepción del placer en los genitales (pene, clítoris–vagina) convertirán a éstos en la fuente de placer y de regulación energética. Este proceso gradual, pero definitivo, de genitalización de la libido sexual, sólo podrá tener lugar en circunstancias en las que:

1º. Haya existido un contacto (en términos reichianos) y una gratificación oral suficiente.

2º. La propia madre lactante sea capaz de favorecer la separación oral.

Si en el momento en que el niño–a empieza a desexualizar su relación oral con la madre, ésta sigue confiriendo a dicha relación una carga sexual inalterada (más allá de los 18–24 meses). El potencial energético demasiado intenso creado en el encuentro pezón–boca, favorece la fijación oral que dificultará la evolución libidinal hacia la pelvis.

Gran parte de su energía en este momento está destinada a la completa maduración de sus órganos internos y el desarrollo de su funcionalidad somatopsíquica. Aprende, saca conclusiones, se expresa mejor y perfecciona día a día la palabra. Razón y verbalización evolucionan juntas. Sobre los 24 meses en adelante es posible y funcional para él–ella la paulatina asunción de normas, que le permiten integrarse y sentirse miembro de una comunidad; sin que haya que pedirle, eso sí, que haga uso del esfuerzo (= ir más allá de sus posibilidades). La emergencia de sus pulsiones le convierten en alguien potente (e irracional a veces) no pudiéndosele exigir comportamientos consecuentes o lógicos, pues sus necesidades motrices, generadas por la gran libidinización general de todo su cuerpo, le mueven a una continua acción, curiosidad, experimentación y descarga motriz.

Es éste tal vez, el período más difícil de encarar en la educación de quienes están de parte de la libertad de los niños que viven en un orden social que tanto la cuestiona (en pro de unos valores culturales–morales... y/o de un supuesto respeto a los demás que, desde luego, empieza por la sistemática falta de respeto de los derechos y el necesario natural desenvolvimiento infantil).

Comienza la primera diferenciación sexual anatómica (en el cuerpo del padre faltan los senos). En este primer momento del descubrimiento de esta "carencia" (según la vivencia infantil) en su padre que le ama y le abraza, le da su calor, le protege, el niño/a tenderá a una primera identificación corporal con la madre (vivida como completa, potente –aseguradora del placer–). Tanto un niño como una niña, por ejemplo, pueden expresar por igual a los 18–24 meses a su madre (en sintonía amorosa con ella): "Cuando sea grande te voy a dar mucha teta", o... si se enfada: "Pues, cuando sea mayor no te voy a dar teta", etc. El sentimiento de potencia que le confiere al niño–a –en la relación con el otro–a, la posibilidad de ofrecer o no su teta le lleva a menospreciar (no tanto despreciar) la figura del padre, que no posee tan maravilloso órgano (o más bien lo posee vacío, plano, insuficiente y/o desagradable a la boca). Tiende entonces el niño–a hacia el cuerpo de la madre buscando la fuente de amor y placer pleno.

Observando esto con atención a lo largo de estudios de control, con más de treinta niños–as (cuya lactancia ha sido más extensa que 12–15 meses, mayoritariamente entre 20 y 36 meses), nos llevó, hace ya algún tiempo, a elaborar la tesis de “la primera diferenciación sexual anatómica: los senos”, según la cual, no es, en absoluto, la posesión o carencia del pene el primer descubrimiento de diferenciación sexual y cabe hipotetizar que, en gran medida, (sin excluir la fuerza de otros factores dinámicos propios de la relación edípica), muchos de los sentimientos de inferioridad y de temor ante la omnipotencia de la madre tengan su origen en esta primera constatación en la que el hombre (el padre), los hombres ...y el niño en su proceso de identificación masculina, cargan ya con una primera tara (o impotencia) en relación a la mujer (la madre), las mujeres... y la niña.

Conocer esta hipótesis y contar con ella en la observación y asistencia en profilaxis infantil, permite al niño y a la niña, una temprana y correcta comprensión de las primeras diferencias anatomofisiológicas y su significación real; situando a la madre en su lugar y al padre en el suyo, con sus diferentes funciones de placer y bienestar para él–ella, que confieren –a ambos por igual– una potencia y capacidad propia.

Socialización primitiva

A lo largo de este período, que abarca hasta los 36 meses de vida extrauterina, tiene lugar lo que llamamos socialización primitiva, que consistiría en toda una serie de acercamientos al grupo, configurando el germen del desarrollo posterior de la verdadera socialización: curiosidad, alegría de descubrir a sus iguales en edad, intensa pulsión del encuentro, de tocar, mirarse, comunicarse (de forma aún no funcionalmente estructurada). El "dame", "toma", "mío", "a mí", el "no" (importantísima expresión de su autonomía, de su capacidad de diferenciación de los progenitores, de su libertad de elección), adquieren una gran significación. Aprenden a relacionarse (desorganizadamente aún) articulando poco a poco las posibilidades de agresividad y de ternura, de posesividad y de entrega, de elección, de aceptación y rechazo; reconociendo las circunstancias que producen placer y/o displacer.

 

Fase genital infantil

 

Entre los 3 y 6 ó 7 años tiene lugar la fase genital infantil propiamente dicha. A lo largo de la cual, se establece la actividad autoerótica genital (la masturbación) como forma de regulación básica, que, entre los 3 y 4 años, adquiere ya significación, como vía para su realización sexual, que permite abandonar definitivamente la relación sexual oral, que poco a poco había ido perdiendo su lugar privilegiado, debido como decíamos antes, al aumento de erogenidad corporal y genital.

Wilhelm Reich habló por primera vez de genitalidad infantil (diferenciando claramente genital de fálico). El término que dio a esta fase del desarrollo es el de primera pubertad (3–7 años). Tiene lugar ya, la combinación de los tres elementos necesarios (descritos por Reich) para que podamos hablar de genitalidad: excitación genital (erogeneidad local de las zonas genitales) – pulsión genital (la libido somática centrada sobre el aparato genital) – deseo (la libido psicogenital).

No olvidemos, además, que en esta edad se cuenta con el desarrollo y completa interfuncionalidad de los tres sistemas cerebrales (el R-complex, el sistema límbico y el neocórtex). La excitación genital, consecuencia de la vivencia de la pulsión y el deseo (psíquico), permiten y conducen a la fusión con el otro–a.

En este período de la fase genital infantil se sitúa el fenómeno de funcionalidad psicosomática (Reich, 0000), donde tiene lugar la interrelación de los procesos perceptivos y psíquicos y de los procesos de excitación biofísica. A partir de este momento del desarrollo, puede darse la verdadera unión entre natura y cultura y con ello, se verá concretado el proceso de humanización, (lo que lamentablemente tiene lugar con escasa frecuencia observándose por el contrario comportamientos “excesivamente pulsionales” o “excesivamente culturales”). El origen de estas descompensaciones (que nos deshumanizan) hay que buscarlo siempre, en el modo particular de resolución de cada una de las fases que ya hemos descrito (intrauterina, fase oral primaria y secundaria y fase genital infantil).

Margaret Mead, en su libro "Adolescencia y Cultura en Samoa" nos habla precisamente de una sociedad que "conoce el goce sexual, gracias a que hay una satisfacción oral ilimitada. No hay tabúes sexuales (más allá del incesto) y asisten tempranamente a coitos y nacimientos, conocen desde siempre el significado de sus genitales, no hay "envidias del pene" y se observa libertad sexual para ambos sexos".(Mead, 1984) También el antropólogo Malinowsky realizó investigaciones importantísimas al respecto, en relación a la cultura de las Islas Trobriand, que animan nuestra investigación, a favor de la naturalidad de la sexualidad de los niños–as y adolescentes como fuente de salud y felicidad. Consideramos que el modelo de convivencia de los trobriandeses, aún estando tan lejano al nuestro, puede inspirarnos (si somos "capaces de aprender de los salvajes") cambios significativos relativos al modo de aprendizaje natural y maduración de la sexualidad desde la primera infancia hasta la adolescencia. Nos maravilla, en la descripción que hace Malinowsky de los trobriandeses, el respeto y la libertad, la capacidad de goce sexual y la capacidad de amar, propias de las personas crecidas en este ambiente, en el que los bebés son criados amorosamente y sin estrés, amamantados según su ritmo y necesidad. Y los niños–as descubren y viven su sexualidad genital de modo lúdico, amoroso, sin tipo alguno de represión (salvo en aquellos casos destinados a la boda con el jefe de la tribu, y similares, en los que curiosamente se observan actitudes y rasgos caracteriales con signos de patología). También puede servirnos de ejemplo el estudio de Devore y Konner (1974) sobre los kung-san (Botswana) citado por J. Tuner:

– alimentación al seno casi continuo

– destete a los dos tres años

– van y vienen a la madre con frecuencia

– transportan a su hijo hasta el nacimiento del otro hijo (cuatro años después, más o menos). "Este largo período de inmadurez dependiente, dentro de un entorno seguro, permite que el niño muestre curiosidad, exploración, juego....".

"La relación de objeto" tiene lugar en todos los momentos del desarrollo de la libido, y en esta fase, acontece una elección de objeto sexual–genital, a partir de la vivencia de lo que llamamos edipo positivo referencial.

La excitación genital, consecuencia de la vivencia de la pulsión y el deseo psíquico, permite y conduce a la fusión con el otro y el descubrimiento de las diferencias anatomofisiológicas llevando, ya en este período de su madurez sexo–afectiva, al creciente interés y atracción hacia el sexo de los/las demás, especialmente el sexo opuesto; se trata, pues, de auténtica atracción sexual, más o menos intensa según el grado de luminación posible entre los dos organismos. Si el otro/a está cerrado/a el niño/a encontrará serias dificultades para orientar hacia él/ella su pulsión genital y su deseo. Debido a la proximidad física y amorosa de la madre o el padre y puesto que éstos representan su fuente de amor y conocimiento y son su referentes principales, es con ellos que el niño–a vive:

1º. Necesidad de mostrarse (exhibirse), ser reconocido–a sexualmente. Es el momento en que el niño–a ha llegado al final de su proceso de separación individuación (Mahler). Necesidad de amor (en términos de aceptación) de las figuras parentales, en este momento de adquisición de su completa identidad psicosexual. La respuesta de éstos ante su exhibicionismo (manifestación abierta) sexual y su autosatisfacción es totalmente condicionante para el desarrollo de su autoestima y su potencia psicosexual.

2º. Vive atracción, curiosidad, deseo e impulso amoroso genital. Es a partir de esta característica forma de acercamiento a la figura parental de sexo contrario, cuando podrá tener lugar o bien una fijación a éste–a, dentro de las diversas formas de resolución edípica negativa, (formaciones caracteriales) o la superación edípica, que sólo podrá tener lugar a través del acceso al mundo genital infantil en el que orientar su gratificación sexual.

 

¿Cómo favorecemos pues, la vivencia saludable en la fase genital infantil?:

a) Con la satisfacción de su curiosidad, valorando su deseo y sus sensaciones como algo hermoso y lleno de sentido, apreciando su sexualidad, mirando su nueva genitalidad, sin poner límites a sus juegos de exhibición placentera (los padres somos ese primer "mundo" que aprecia o niega y reprimen su potencia genital) con gestos de aprobación.

b) El niño–a de tres años o tres años y medio, que no permanece fijado a su madre o su padre –debido a la insatisfacción del proceso descrito– tiende espontáneamente a la búsqueda activa de "objetos de placer" asequibles, agradables, dentro de sus iguales en edad (los otros niños–as).

Esta orientación saludable de su búsqueda del objeto sexual gratificante será posible si los padres madres facilitan el acceso a niños–as de su edad, respetan su sexualidad sin moralismos que, en todo caso, producen en él–ella sentimientos de inferioridad o automenosprecio, y responden a las demandas sexuales que de su hijo–a ayudándole a reconducir sus deseos y pulsiones hacia esa realidad infantil de la que puede obtener auténtico placer. Es decir, reasegurarles en nuestro amor incondicional como madre o padre reconociendo ante él nuestro amor sexual por nuestro compañero como una cualidad bien diferenciada de afecto y con el–la cual desarrollamos nuestra realización genital.

Una madre le dice a su hijo de tres años y medio:

madre: "... ese gustito es maravilloso. Estoy contenta de que hayas descubierto       eso tan bueno".

niño :"Mamá yo quiero jugar contigo, a ser novios y hacer el amor ".

madre: "No cariño, yo soy muy grande para ti. Además mi novio es papá. Tú puedes jugar con niños y niñas como tú a esos nuevos juegos tan divertidos".

niño: "Ay, mamá. Tú eres la mamá más guapa del mundo y yo quiero que seas mi novia y que nos besemos...".

madre: "Me gusta que me digas que soy la mamá más guapa del mundo y tú eres para mí el niño más guapo del mundo, ahora lo importante es que encuentres a la que tú creas la niña más guapa del mundo, que sea tu novia".

 

El siguiente diálogo es entre un niño de tres años y medio y una niña de cuatro años:

él             – "Mira, Ana, que grande".

ella             – "¡Uy, ¿Qué haces?".

él             – "Me lo toco y da gusto, toca y ya verás".

ella             – "Pero... ¿Qué hago? ".

él             – "Pues mira; tú lo coges así y te estás un rato".

ella             – "¿Para qué?, eso es una tontería".

Poco después, este mismo niño vuelve a intentar un juego similar:

él            – "Mira, yo te abrazo así, ¿Ves?".

ella – "¿Qué haces?".

él            – "El amor, mira yo pongo mi pilila ahí en tu chochete...".

ella            – "¿Para qué?".

él            – "Porque da gustito; ya verás. Mi papá y mi mamá juegan a eso y les         gusta mucho".

ella            – "Pues los míos no, (con gesto de extrañeza). Pero accede al juego porcuriosidad.

él            – "Ahora tú eres mi novia, ¿Vale?".

ella            – "¿Qué se hace?".

él            – "Pueees... un beso, así...".

ella            – "Bueno, vale. ¿Así?".

él            – "Todos los días jugaremos a esto, ¿Vale?".

ella            – "Bueeeno, vaaale".

 

Este niño le dijo a su mamá la noche anterior al juego que hemos descrito:

            – "Mamá, no me puedo dormir".

            – "¿Por qué?".

            – "Porque tengo ganas de tocarle el chochete a Ana y no me puedo estar quieto".

            – "Ah, ya, pues a lo mejor te duermes mejor si te tocas tu pene mientras piensas en Ana, su carita, su chochete...Luego mañana se lo cuentas y jugáis de verdad".

            – "Pero mamá es que a ella no le gusta jugar a estas cosas".

            – "Bueno, a lo mejor aún no ha descubierto que es muy agradable y tú le puedes enseñar. Y si no le gusta, tal vez puedes buscar a otra novia que le guste jugar a estas cosas".

Así pues, podemos afirmar que la inclinación incestuosa de los impulsos genitales infantiles no se producirían en ausencia de represión de su sexualidad natural y de moralismos u obstáculos socioculturales a sus tendencias espontáneas al amor y curiosidad sexual en los juegos infantiles.

 

Socialización primaria y funcional

 

El proceso de socialización, que acontece a lo largo de este período, es funcionalmente necesario para el desarrollo psicoafectivo y sexual del niño/a.

Henri Wallón, sitúa la edad en que el interés fundamental se invierte del yo hacia las cosas, después de los cinco años y desde ahí puede inferirse, precisamente, su disponibilidad para el aprendizaje concreto de las cosas que le rodean, la lecto-escritura, etc. Pero, desde nuestro punto de vista, ese interés no aparece realmente –aunque generalmente el niño–a sea capaz de cumplir sus programas escolares– o está deteriorado, si sus intereses básicos relativos a la afectividad, a la expansión de su propio yo entre sus iguales, y su identidad sexual han sufrido o sufren algún daño o impedimento.

Winnicott nos dice en su obra: "El niño y el mundo externo" que: "por lo común el juego de un niño–niña está enormemente enriquecido por ideas sexuales y simbolismo sexual y si existe una fuerte inhibición de lo sexual, aparece también una inhibición del juego". Esto es importante porque existen una enorme cantidad de niños–as de cuya observación extraemos su auténtica incapacidad lúdica creativa, arrancados de sus esquemas limitados de juegos preestablecidos y/o juegos basados en la repetición casi mimética de los comportamientos adultos con los que se identifican para llegar a "ser", se muestran vacíos de contenidos personales en su actividad más importante: el juego.

Nos referiremos, por ejemplo, a la actividad de dos niñas de cinco años (muy amigas pero criadas y educadas en ambientes completamente distintos a nivel psicoafectivo y pedagógico). En un mismo juego: Muñecas Barbies.

– Una de ella le quita y le pone vestidos.

– La otra coloca a Ken encima de Barbie y susurra y gesticula expresiones sexuales.

– Una repite frases como: "Qué guapa vas a ir", "Uy, mi pelo..." o... "Ya no juego, me aburro".

– La otra continua excitada y risueña: "Cariño, que gustito". "Dame besitos por aquí", o... coloca a un bebé (muñeco) mamando del seno de Barbie.

 

Hablamos de “Genitalidad infantil y Socialización Primaria”, precisamente por considerar, que son dos procesos que en el niño–a evolucionan juntos; volvemos a recordar la necesidad de una relación objetal para el desarrollo sexual. En ausencia de una adecuada socialización funcional –es decir, que evoluciona según las necesidades de integración social del niño–a– a partir de la cual "ser–con–los–otros" y "desear–amar–gozar sexualmente" con niños–as de su edad, el niño–a de tres a seis–siete años de edad (y posteriormente) orienta todo su interés libidinal en la figura de la madre (caso del niño) o del padre (caso de la niña), tendiendo a rivalizar con su oponente (el padre o la madre) hacia el cual siente impulsos destructivos.

El gran abismo (de edad, tamaños, capacidades, conocimiento, etc.) que el niño–a vive en relación a un adulto, le condena a sentimientos de impotencia, inferioridad y escasa autoestima, si se ve obligado a orientar la búsqueda de su satisfacción sexual en esta relación objetal, que llamaremos disfuncional. Es éste el caso de la mayoría, aún hoy, por mucho que se haya oído hablar de la sexualidad infantil, apenas se la respeta, se la acepta, ni se canaliza adecuadamente. En esta disfuncionalidad sexual–genital de niños–as vemos cumplida, desde luego, la teoría psicoanalítica del complejo de edipo, según la cual: la niña entra en la vivencia del edipo a partir de sentir su realidad de castrada (por no tener pene) lo que la llevaría a buscar al padre como forma de obtención de dicho pene; y el niño a partir de sus deseos incestuosos hacia la madre, teme el castigo del padre (rival) o sea la castración, y esto le supone la salida del edipo (identificación con el superyó paterno).

Hasta en el mejor de los casos, dentro del psicoanálisis, como es el de Karen Horney (de la corriente culturalista) la cual propone que la envidia del pene se debe a factores culturales (no es universal) –"es la feminidad herida la que da lugar al complejo de castración y éste deteriora el desarrollo femenino" y responsabiliza de esto a la cultura falocrática– tampoco se propone un modelo del desarrollo sexual infantil saludable, basado en la convivencia sexual entre niños–as, el autoconocimiento genital y el juego libre de sus pulsiones.

Es al inicio de esta socialización (que el niño–a busca y necesita), cuando adquiere pleno significado el acceso al colegio que, por primera vez, es deseado (ya que en nuestra realidad social, es el único espacio posible de convivencia infantil).

Hemos tenido la ocasión de verificar, en la observación del desarrollo "libre" (sin obligatoriedad) del proceso de socialización de más de treinta niños–as, que es precisamente, en torno a los tres años y medio o cuatro, el momento en el que han convergido necesidades: sexuales, juegos de roles, gusto de compartir, primera formación de grupos, etc., relacionadas con otros–as (sus iguales en edad), de tal forma que, en su mapa de intereses, lo social, la experiencia del "yo y los otros", como experiencia de placer, ha entrado a ocupar un lugar esencial.

El ingreso, forzado, en guarderías y escuelas infantiles, antes de ese momento, garantiza la intensificación y severidad de los temores ligados a la separación e inseguridad, estados de angustia intensa, que deberán ser acallados y resueltos a partir de la creación de rasgos de carácter y/o manifestaciones somáticas (más o menos evidentes en el momento, o evidenciables en períodos posteriores de la vida).

 

A partir de aquí

 

Desde el período de la fase genital infantil hasta la adolescencia, siempre y cuando las condiciones sean favorables para el desenvolvimiento de la sexualidad natural, se desarrolla plenamente la funcionalidad psíquica, no constatando el período de latencia freudiano, en aquellos casos en los que la expresión sexual no se ve obstaculizada; esta fase de latencia (según la categoría otorgada por el psicoanálisis) es, sin embargo, generalizable ante las circunstancias de inhibición o sublimación reactiva (compensatoria y normalizante) siempre originadas por "el conflicto con el mundo exterior frustrante" (Reich, 0000) y nunca, como hemos visto, como desarrollo natural dentro del proceso de maduración psicosexual humano.

Así pues, consideraremos etapas reactivas (fruto de la cultura, que impide la evolución natural, de las fases sexuales y del desarrollo):

– La fase anal.

– La fase fálica.

– La fase de latencia.

– La reactividad edípica púber adolescente.y unidos a ellas, el carácter y los diversos disturbios funcionales.

Entre los 7–12 años si el sujeto se ha visto abocado a las distintas etapas reactivas, debido a una economía sexual disturbada, aparecen las somatizaciones y se estructurará –se consolidará– la coraza caracteromuscular y los mecanismos de defensa que evolucionará (entre los doce y dieciocho años) en plena adolescencia, hacia una emergencia mayor de síntomas, de disfunciones sexuales, configuración de roles culturales, masculino y femenino. Predominio del cortex sobre el sistema límbico, relaciones de autoridad–sumisión, adaptación social competitivo–masoquistas, delincuencia,... etc.

Como afirma Winnicott: "La base para la sexualidad adolescente y adulta se establece en la infancia así como las raíces de todas las perversiones y dificultades sexuales". "Muchos de los temores infantiles están relacionados con ideas y excitaciones sexuales, con los consiguientes conflictos mentales conscientes e inconscientes. Las dificultades en la vida sexual del niño explican muchos trastornos psicosomáticos, sobre todo los de tipo recurrente". (Winnicott, 1958)

Para concluir expondremos las condiciones que facilitan la libre estructuración energética corporal, el sentimiento y conciencia del yo (identidad sexual y capacidad de placer genital y elección de objeto sexual y de amor):

1º. Contar, desde el embarazo con una buena pulsación biológica (contracción–expansión celular), en su estado anobjetal. Que tenga lugar la interacción bioenergética fusional entre el organismo intrauterino y el biosistema materno.

2º. Un parto–nacimiento sin separación prolongada del cuerpo de la madre. Sustituyendo la fusión umbilical con la madre, por la fusión boca–pezón.

3º. Una vivencia de la oralidad suficientemente satisfactoria, en la que el ritmo de demandas es habitualmente respetado y la relación con el seno ha estado basado en el placer y la expansión bioenergética.

4º. Desde los 18–24 meses hasta, aproximadamente, los 3 y 4 años, la relación del niño–a con el pecho de la madre ha podido irse transformando (según los nuevos intereses libidinales van apareciendo): La madre se ha mostrado accesible pero no solícita con su seno.

5º. Ofrecer las respuestas adecuadas al niño–a en el momento del descubrimiento de sus genitales, acerca de su función, de las diferencias sexuales (funcionales y necesarias para el placer) con idéntico valor y significado el pene y la vagina, todo lo cual permite la aceptación de la propia sexualidad y el desarrollo de su autoestima, y quita sentido por completo a la llamada fase fálica y a la universalidad de la envidia del pene y el complejo de castración.

6º. Ofrecer una referencia positiva al niño–a de nuestra sexualidad, le ayuda a descubrir su propia forma de desarrollo genital –fuera de los padres– y por tanto, a superar la fijación edípica.

7º. Respetar la libertad sexual en los juegos infantiles y favorecer el encuentro y la intimidad de los niños–as sin obstáculos ni interferencias, es la base para el establecimiento de relaciones sexuales basadas en el placer, la igualdad y el amor; tan opuestos a los modelos neuróticos de dominación y desprecio, sometimiento y rabia, miedo y bloqueo de la excitación y/o del abandono orgástico.

 

Desde la premisas anteriormente citadas se desarrollaría en los animales humanos, un verdadero respeto por la sexualidad (= placer), inherente a todos los actos de la vida. La única y verdadera revolución, es, pues, la de derrocar, generación tras generación, ese resentimiento–odio al placer de los otros (los niños, tan vulnerables, primeras víctimas), esa salvaje oposición (aún en las posturas más escondidas) a las muestras de excitación y deseo genital en niños y niñas. Cuando, a nivel de la gran masa de población humana, sepamos observar los juegos sexuales de niños y niñas con ternura y respeto, viendo en ello el reflejo mismo de la salud y del sentido de la vida, no estará ya justificado el odio encarnecido, las luchas de poder, el autoritarismo en la educación, el miedo a ser y a sentir, la insatisfacción que lleva a la delincuencia, la necesidad de matar, etc. La humanidad podrá volver a sentirse humana.

   

  
  

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